viernes, 24 de marzo de 2017

Las manos de Orlac: Retorno al pasado para comprender el presente

Los "Felices años 20" son un periodo clave en la historia del cine por muchas razones: En Francia, la escuela impresionista y vanguardista comienza a desarrollar un nuevo lenguaje, con películas como La sonriente Madame Beudet (Germaine Dulac, 1923) considerada la primera película feminista de la historia, La Coquille et le Clergyman (Germaine Dulac, 1928) o Napoleon (Abel Gance, 1927) verdadero monumento cinematográfico. Además, durante estos años, la escuela Soviética también destaca, pues directores como Eisenstein, Pudovkin o Vertov firman algunos de los manifiestos más influyentes de la historia y dirigen películas como El Acorazado Potemkim (Eisenstein, 1925), La Madre (Pudovkin, 1926) o La Huelga (Eisenstein, 1925).

Durante este periodo de entre guerras surge en Alemania un movimiento que llevaría el cine a un nuevo nivel, ayudando a desarrollar su lenguaje, sus técnicas y sus historias. Este movimiento no es otro que el Expresionismo Alemán. Dicho movimiento artístico nace  en torno a 1919 y se extiende hacia 1925, cuando comienza su etapa de decadencia. Según las palabras de la teórica cinematográfica Susan Hayward el Expresionismo nace con el objetivo de "desvelar que hay al otro lado y hacer visible lo invisible".





Tres son los pilares, o directores, fundamentales que ayudaron a que el Expresionismo se consolidara: Fritz Lang, F.W. Murnau y Robert Wiene. Estos tres directores ayudaron a poner a Alemania en el mapa del mundo del cine tan solo 30 años después de la invención del cinematógrafo. Por estos años, Estados Unidos, Francia y la Unión Soviética ya habían desarrollado en gran parte la industria y el lenguaje cinematográfico, siendo en América un entretenimiento para las masas y en Europa una nueva manera de crear arte que poco a poco iba evolucionando. Gracias a Lang, Murnau y Wiene el cine conoció nuevas y amplias posibilidades nunca vistas anteriormente, como la película que hoy nos ocupa.

Robert Wiene está considerado uno de los padres del Expresionismo por muchas razones; una de las principales es su obra maestra, El Gabinete del Doctor Caligari estrenada en 1920. Caligari se trata una de las películas más representativas del movimiento, un largometraje que a día de hoy sigue sorprendiendo por su estilo, su estética y su brillante uso del cinematógrafo tan solo 25 años después de su invención.

Wiene es y será siempre recordado gracias a Caligari: su carrera posterior ha pasado a la historia del cine sin pena ni gloria e incluso considerada mediocre por muchos teóricos e historiadores, sin embargo, este director tiene una pequeña joya escondida que hará las delicias de todo amante del séptimo arte y del Expresionismo Alemán: Las manos de Orlac. Esta película que encaja perfectamente en la linea Expresionista de los años 20; nos cuenta la historia de Orlac, un pianista que ha perdido las manos por culpa de un accidente. Su esposa, desesperada, le pide a un médico que le devuelva sus manos de alguna manera, puesto que es su herramienta de trabajo. El médico, le devuelve sus manos a Orlac, pero el protagonista ignora que son las manos de un asesino que acaba de ser ajusticiado y está deseoso de venganza.



Todo aficionado a Los Simpson encontrará en esta sinopsis muchas semejanzas con un especial de Halloween en el que a Homer le transplantan el pelo de Snake, el villano de Springfield. Y es que Las manos de Orlac no ha pasado a la historia como una película Expresionista emblemática o importante, pero bajo mi punto de vista, la sombra de Robert Wiene es y sigue siendo alargada.

Evidentemente, esta película no llega a la maestra de Caligari, su predecesora, pero como las comparaciones son odiosas, centrémonos en Orlac y sus manos. No sería extraño decir que esta película, junto con otras cintas alemanas como El Estudiante de Praga (Paul Wegener, Stellan Rye, 1913) o El Golem (Paul Wegener, Carl Boese, 1920 ), inaugura el género de terror, muy próximo y cercano al que conocemos hoy en día. No obstante, debemos tener en cuenta que estamos hablando de cine mudo, un cine donde los efectos visuales y las técnicas para construir tensión no eran posibles. Sin embargo, la música ayuda mucho a que la atmósfera de Las manos de Orlac se torne siniestra y oscura, dándole a la película ese toque terrorífico que hará las delicias de los fans del terror.



Por otro lado, la interpretación del actor Conrad Veidt, que ya trabajó con Wiene en Caligari, le dan a Las manos de Orlac ese empujón que la convierte en una joya; la expresividad del actor,  sus ojos y sus gestos, todo ello ayudado por la siniestra música previamente citada, convierten esta película en un clásico Expresionista absoluto y esencial.

Es un hecho que los espectadores del siglo XXI no estamos acostumbrado a ver cine mudo, pues su lenguaje no tiene nada que ver con el de las películas que se estrenan cada viernes. Pero siempre hemos de tener en cuenta que las raíces del cine se encuentran en películas como Metrópolis, Caligari, El Acorazado Potemkim o Las manos de Orlac, un film algo olvidado, pero de visionado imprescindible para los amantes del séptimo arte que quiera descubrir algo más sobre sus orígenes.

Lo mejor: Conrad Veidt y su estética, puramente Expresionista: oscura y siniestra pero a la vez brillante

Lo peor: Al tratarse de cine mudo, en ocasiones se puede hacer algo lenta, pues cada acción lleva el doble de tiempo para ser contada.

Nota: 8/10










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