lunes, 27 de marzo de 2017

Crudo: o cómo debutar en el cine extremo

El cine extremo francés, o New French Extremity como es conocido internacionalmente, ha sido siempre un género problemático y difícil de definir para los teóricos cinematográficos. Mientras unos afirman que ni si quiera se trata de un género, otros mantienen que este movimiento se podría encuadrar en el género de terror, siendo un subgénero de este. 

Sea como fuere, lo que está claro es que las denominadas "Películas Extremas" tienen un objetivo claro: producir en el espectador sensaciones tales como asco, miedo, ansiedad o espasmos entre otras muchas reacciones. A lo largo de el siglo XXI, tres han sido los principales países impulsores del denominado cine extremo: Estados Unidos, Francia y Japón. Aunque también se han producido películas de este tipo en muchos otros países, los tres citados han sido los principales exportadores de estas películas que poco a poco se han ido haciendo un hueco en el mapa cinematográfico. 






Las películas extremas Made in America siempre se han caracterizado por ser un fiel reflejo de la sociedad estadounidense, una sociedad pacífica, en la que detrás de esta cortina, se esconde una violencia de manera subrepticia. Películas como Hostel (Eli Roth, 2005) o Saw (James Wan, 2004 ) entre otras muchas, son claros ejemplos de esta violencia que impregna la sociedad y puede llegar a transformar de manera grotesca a las personas. 

El país del sol naciente también ha sido uno de los grandes impulsores de este cine extremo. Las películas procedentes de este país, se han visto altamente influenciadas por movimientos como el Ero-Guro o las Pink Films, o películas rosas propias de Japón en las décadas de los 70 y los 80. Directores como Shinya Tsukamoto, Takashi Miike o Hideo Nakata, han logrado que Japón se haga un hueco entre los principales países impulsores de este particular estilo cinematográfico. Películas como Audition (Takashi Miike, 1999) Confessions (Tetsuya Nakashima, 2011) o Helter Skelter (Mika Ninagawa, 2012) son solo algunos ejemplos del amplio catalogo de cine extremo procedente de Japón, que ha tenido una gran acogida en Europa. 

Francia, el impulsor Europeo del cine extremo, ha hecho resurgir de sus cenizas al género gracias a películas tan extremas y controvertidas como Martyrs (Pascal Laugier, 2008), Al Interior (Alexandre Bustillo y Julien Maury, 2007) o Frontière[s] (Xavier Gens, 2007) o la película que no hoy nos ocupa y quiero analizar: Crudo, el tremendo e interesante debut de la directora Julia Ducournau, cuyo film (según cuenta la prensa) ha provocado algún que otro desmayo en el festival de Toronto. 



Crudo nos cuenta la historia de Justine, una adolescente procedente de una buena familia que está a punto de dar el salto a la universidad para estudiar veterinaria. Cuando Justine comience su vida en el campus, en el que también estudia su hermana, poco a poco irá experimentando cambios en su cuerpo y en su mente que le harán conocer su lado más oscuro y perverso. 

El debut de Julia Ducournau no es fácil de catalogar, pero la joven directora consigue lo que se propone: Producir en los espectadores asco, náuseas y ganas de quitar la mirada de la pantalla en más de una ocasión. Estas reacciones, causadas en los espectadores de forma involuntaria, colocan Crudo en el denominado Cine de Sensaciones, un cine que provoca todo tipo de reacciones involuntarias en los espectadores, desde el llanto hasta incontrolables náuseas. 

Sin embargo, desde el punto de vista psicológico, Crudo habla fundamentalmente de dos temas principales: en primer lugar, el reto que supone querer encajar en un nuevo ambiente tan elitista como es la universidad y en segundo el proceso que supone conocernos a nosotros mismos, desenmascarando nuestro lado más oscuro, perverso y rebelde, un lado que mucha gente comienza a mostrar al dar el salto a la universidad con todas las libertades que ello conlleva. 



El hecho de que Crudo sea una película efectiva y consiga lo que se propone está muy vinculado a la joven Garance Marillier, la actriz que da vida a Justine. Su rostro angelical y sus ganas de encajar entre sus compañeros pueden hacernos pensar que se trata de una joven inocente y pura, y la verdad es que lo es, hasta que su parte oscura comienza a apoderarse de ella poco a poco. 

El cine extremo en general hace uso de un sin fin de técnicas cinematográficas para dar vida y dinamismo a la película: Los colores, la cámara rápida o lenta, técnicas de montaje rápidas y ágiles, numerosos planos detalle para enfatizar partes del cuerpo o música un fuerte contenido violento son solo algunos de esos elementos, que Ducournau pone de manifiesto en Crudo, perfilando una película efectiva y transgresora. 

De todos los elementos citados, la música y el diseño de sonido son dos de los elementos clave para que la película consiga transmitir las deseadas e involuntarias reacciones a los espectadores. La música de Crudo es violenta. Gracia a ella, las situaciones de la película obtienen más fuerza y su "crudeza" es aún mayor si cabe. Todo ello sumado al genial diseño de sonido que intensifica los ruidos, por ejemplo el sonido de Justine rascando su cuerpo, crean la atmósfera perfecta para que algunos espectadores estén deseosos de taparse los ojos, o los oídos. 

No todo es perfecto en Crudo, pues la justificación final no terminó de convencer a este espectador, pero sin duda se trata de una película que usa todas las armas que tiene a su alcance para configurar un producto no accesible para una gran mayoría de espectadores. 

Lo mejor: Su técnica cinematográfica y su lectura psicológica. Detrás de sus impactantes escenas hay mucho que contar. 

Lo peor: Que muchos vayan a verla con ansias de ver Gore, sangre y vísceras. Crudo no es solo eso, tiene mucho más que decir. 

Nota: 7,5







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